viernes, 8 de abril de 2016

Caprichos del destino

Bien sabe Dios que esta vez él no había hecho nada para que se abriera la puerta. Ni siquiera había llamado tímidamente como en otras ocasiones.
Últimamente se limitaba a pasear plácidamente una y otra vez por delante, dando rienda suelta a su imaginación, porque él sabía perfectamente que era lo único que le quedaba, fantasear, ya que la cruel realidad era otra muy diferente.

Aquella misteriosa puerta siempre estaba cerrada, guardando tras de sí ilusiones y esperanzas. Y cuál no sería su sorpresa cuando, en uno de sus paseos, encontró la puerta abierta, incitante, persuasiva, apetecible, invitándole a pasar. Al pronto quedó petrificado sin saber cómo reaccionar. El pulso le latía con fuerza y el corazón parecía salírsele del pecho.
Poco a poco se fue tranquilizando y comenzó a urdir un plan que le permitiera disfrutar de su estancia al otro lado.




Dudaba entre un sinfín de posibilidades y cuando lo tenía todo preparado y la decisión estaba tomada en firme, oh crueldad del destino, una ráfaga de viento dio al traste, de un portazo, con todas sus ilusiones.


Se le cayó el alma a los pies.
Demasiados sinsabores, demasiados contratiempos, demasiadas esperanzas truncadas. Desde ese momento pensó que no volvería a intentar pasar. El destino se lo tenía definitivamente prohibido.