miércoles, 5 de febrero de 2014

La hoja y el viento

Aquella tarde el viento jugueteaba incansable con cualquier cosa que encontraba a su paso. Y su juego era arrebatador, endiabladamente atractivo y envolvente.
Una humilde hoja, tras haberse separado del árbol, cayó casi sin sentir y fue a posarse, con suave balanceo, en un recodo del camino polvoriento esperando su definitiva desaparición.
Y pasó el viento. Y encontró a la hoja. Y la envolvió en su ensordecedor silbido haciéndola estremecer. La llevaba y traía a su antojo. La levantaba, la transportaba hasta lugares insospechables jamás imaginados por ella. Y luego la dejaba con ternura de nuevo en el suelo para volver otro día.
Así, la hoja conoció recónditos paisajes, encantados y seductores atardeceres y hasta alguna que otra vez creyó ver qué hay más allá del infinito. Cada día esperaba, ilusionada la llamada del viento. Para ella eran sus últimas esperanzas antes de acabar en la nada, y a ello se aferraba cada vez que el viento aparecía como si del último aliento de su vida se tratara. Pero el viento no es constante y con el paso del tiempo aparecía y desaparecía cada vez espaciando más sus visitas.
No importa, el viento es así -se dijo mientras esperaba.
No importa, el viento es así - se repetía una y otra vez en su espera.

Y así un día y otro, cada vez más débil en su corta existencia, aguardaba el paso del viento, su gran amor, porque sabía que antes de desaparecer para siempre desintegrada en el tiempo, se fundiría con él para subir una vez más al infinito y encarar con fuerzas su decrépita e inevitable caída.