domingo, 2 de junio de 2013

Me quedé en la sombra


Recuerdo cuando llegué por primera vez. Quedé deslumbrado por el hermoso paisaje que se desplegaba, salvaje y tentador, ante mi vista.
Fui poco a poco adentrándome y probando un poco acá, un poco allá… y, entre tanta belleza y sin saber cómo, iba destacando ante mí un hermoso ejemplar que, cobrando una fuerza y un empuje increíbles, me invitaba a reposar bajo su sombra.

En su sombra me refugié y a su sombra me quedé.

Pensé -¡pobre de mí, qué iluso!- que yo también podría echar raíces allí y que mis raíces se unirían a las suyas. Y con toda la ilusión puesta en ese proyecto, en su sombra me refugié y a su sombra me quedé.

Pasó el tiempo y no volví a pasear fuera de su sombra, de hecho, aún sigo en ella, porque en su sombra me refugié y a su sombra me quedé.

Por mucho que lo intenté, mis raíces trataron de unirse a las suyas, pero él ya había arraigado fuertemente en otro suelo antes de mi llegada, y sus raíces eran profundas, fuertes, resistentes, tal vez inalcanzables. Para él yo solamente estaba a su sombra, porque en su sombra me refugié y a su sombra tristemente me quedé.

Sé que nunca me va a faltar esa sombra, lo noto y lo siento, me la ofrece siempre que la necesito y la comparte conmigo, pero ahora, más que nunca, también sé que yo siempre estaré en ese segundo plano, en esa sombra en la que un día me refugié y en la que tristemente me quedé.

Y así sigo en esa sombra, mientras noto que cada día mi propia sombra allí
va haciéndose aún más pequeña hasta haber desaparecido...
desaparecido…
desaparecido…
desaparecido...
para siempre…
TQM.