Cada vez que desde niño jugaba hasta donde le dejaban, la había llamado la atención aquel edificio lejano y misterioso, rodeado de una espesa vegetación y cercado por una valla que a él le parecía infranqueable.
Se había habituado a verlo desde lejos y, según fue creciendo, se iba sintiendo cada vez más atraído por la llamada irresistible de lo que parecía ser su destino. Así creció y así se amoldó a las circunstancias que se le iban presentando a lo largo de su existencia, pero no podía quitarse de la cabeza la idea de volver a aquel lugar misterioso y así decidió un día acercarse a investigar.
Rodeó la valla con sumo cuidado y de vez en cuando tocaba tembloroso alguna rama que sobresalía del resto.
Llegó a la entrada y al poner suavemente su mano sobre la cancela, quedó perplejo al comprobar que se abría lentamente. Un sinfín de emociones recorrieron su cuerpo de arriba abajo y con paso vacilante, pero dispuesto a no dar marcha atrás, avanzó hacia la casa como absorbido por una fuerza a la que no podía resistirse.
Entró y se dejó guiar de su instinto. Allí dio rienda suelta a las fantasías que había ido acumulando a lo largo de su vida. Allí encontró sensaciones inimaginables en otro tiempo. Allí descubrió su primer y verdadero amor. Allí vivió una existencia que a él le parecía prohibida.
Un día quiso saber algo más de aquel lugar y consultó a quien podía darle alguna respuesta. Le dijeron que el edificio comenzaba a tener problemas aunque aún no eran evidentes. Volvió a consultar y volvieron a contestarle que la situación se estaba agravando.
Una tercera vez, ¡maldita tercera vez!, fue a preguntar y ahora la respuesta fue fulminante: Inevitablemente el edificio tenía que ser derrumbado antes de que se viniera abajo.
Y lo peor de todo es que si derrumbaban el edificio, con él quedaban sepultadas para siempre sus ilusiones, sus esperanzas, sus ganas de vivir y perdería el gran amor de su vida.
A partir de ese momento comenzaría a vagar sin rumbo buscando algo que jamás podría volver a tener.
Ahora no sabe qué hacer.
Se había habituado a verlo desde lejos y, según fue creciendo, se iba sintiendo cada vez más atraído por la llamada irresistible de lo que parecía ser su destino. Así creció y así se amoldó a las circunstancias que se le iban presentando a lo largo de su existencia, pero no podía quitarse de la cabeza la idea de volver a aquel lugar misterioso y así decidió un día acercarse a investigar.
Rodeó la valla con sumo cuidado y de vez en cuando tocaba tembloroso alguna rama que sobresalía del resto.
Llegó a la entrada y al poner suavemente su mano sobre la cancela, quedó perplejo al comprobar que se abría lentamente. Un sinfín de emociones recorrieron su cuerpo de arriba abajo y con paso vacilante, pero dispuesto a no dar marcha atrás, avanzó hacia la casa como absorbido por una fuerza a la que no podía resistirse.
Entró y se dejó guiar de su instinto. Allí dio rienda suelta a las fantasías que había ido acumulando a lo largo de su vida. Allí encontró sensaciones inimaginables en otro tiempo. Allí descubrió su primer y verdadero amor. Allí vivió una existencia que a él le parecía prohibida.
Un día quiso saber algo más de aquel lugar y consultó a quien podía darle alguna respuesta. Le dijeron que el edificio comenzaba a tener problemas aunque aún no eran evidentes. Volvió a consultar y volvieron a contestarle que la situación se estaba agravando.
Una tercera vez, ¡maldita tercera vez!, fue a preguntar y ahora la respuesta fue fulminante: Inevitablemente el edificio tenía que ser derrumbado antes de que se viniera abajo.
Y lo peor de todo es que si derrumbaban el edificio, con él quedaban sepultadas para siempre sus ilusiones, sus esperanzas, sus ganas de vivir y perdería el gran amor de su vida.
A partir de ese momento comenzaría a vagar sin rumbo buscando algo que jamás podría volver a tener.
Ahora no sabe qué hacer.